Llegué a esta ciudad justo en el momento en el que todo el mundo huye de ella: en pleno verano.
Empecé a dar guerra dentro de la tripilla de mi madre durante las rebajas de las míticas Galerías Preciados el ultimo día del mes de julio, y si pasé mis primeras semanas de vida soportando esos cuarenta y tantos grados a la sombra que tan bien conocemos los madrileños, pienso que desde entonces puedo y podré soportar lo que esta ciudad me eche.
He pasado mi vida en el barrio de Arganzuela, un páramo en cuestión de tiendas, restaurantes y ofertas de ocio en general, lo que motivó mi ansia y el de mis amigas por conocer “el exterior” en cuanto tuvimos edad suficiente para coger el metro solas. Descubrimos que había vida más allá de las archifamosas e hipercalóricas franquicias de comida rápida que inundan la ciudad, y entonces ya me percaté de todo lo que ésta tenía que ofrecer.
Mi infancia y juventud también transcurrieron a caballo entre dos zonas radicalmente opuestas: mi padre era un apuesto jovenzuelo de Puerta de Toledo, que conoció a mi madre, una soñadora y bohemia ilustradora nacida en Vallecas, en una de esas discotecas setenteras de cuyo nombre nos cachondeamos actualmente; Así que ese ir y venir a las casas de los respectivos abuelos, la castiza y la “underground”, me ha dotado de una gran capacidad de adaptación y curiosidad por cualquier zona de la capital, por pija o chunga que sea.
Los años universitarios los pasé en el horrososo búnker gris de Ciencias de la Información, y recuerdo la Complu y el distrito de Moncloa, como todos los ex estudiantes, con mucha morriña; Mi vida laboral como publicista se inició en el que se ha convertido en uno de mis oasis capitalinos particulares: Chamberí. La suerte de trabajar en pleno centro, a tiro de piedra de cualquier lugar, me permitió escaparme a diario y conocer cada vez mas rincones, restaurantes, tiendecitas, parques, templos del dulce, del tapeo y del jolgorio que de alguna manera acabas por querer compartir.
¿El futuro? Me imagino que como viene pasando desde hace veintitantos años (una señorita nunca dice su edad, por joven que sea), la vida me llevará a conocer otras zonas con más o menos encanto, pero que sin duda exploraré a fondo y pasaran a formar parte de mí.
Si consideras que tu tiendecita, tu restaurante, tu pastelería o cualquiera que sea tu rincón, público o privado, tiene encanto y merece ser descubierto, chívame el secreto en el siguiente email: